133 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
medad, y que sagaces rebuscado:es de joyas artísticas en-
contraron en el baratillo de «Desperdicios» y compraron
como lienzos viejos, y resultaron, después de limpios, un
Zurbarán o un Veláquez, que se vendieron a muy buen
precio por especuladores inteligentes.
El tío «Desperdicios» lo había sabido y desde enton-
ces andaba con cuidado antes de vender un lienzo apoli-
llado o una espada mohosa, temiendo no fuese otra joya
artística o histórica, como una espada de Beltrán Dugues-
clin, que un inteligente descubrió en el baratillo, compró
por tres pesetas y vendió en un Museo de Francia por
veinte mil francos, probada su autenticidad.
E
Nada hubiera justificado tanto el mote de «Desper-
dicios», como el de verle ajustar aquellos dos jergones de
los golfos, buenos sólo para quemarlos; aquella mesa con
tres patas y la desvencijada y única silla, coja también,
que servía lo mismo de asiento que de lavabo; aquella jo-
faina descascarillada y los cuatro cacharros que poseían
los gclfos.
—¿Qué vendéis?—les preguntó cuando hubo entrado
en el zaquizamí, acompañado del Punta.
—Hacemos almoneda de todo.
—¿Y cuánto pedís por to eso?
—Seis duros —dijo con mucha serenidad el Punta,
—¡Seis... tiros que te den! ¿Pa eso me has hecho venir,
condenao?
—¿Pos cuánto, tío «Desperdicios»? Dos colchones de
lana, dos mantas... ;