LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—Pues.:. ya tienes descubierto el misterio.
—Y ha estado leyendo algo...
—Sí... tenía en las manos un carnet de marfil de los
que nos han dado a todas en el tocador al entrar.
—Una cita tal vez...
—Es posible.
—Pues bueno sería saberlo de cierto, puesto que ella
sabe las nuestras.
—Como no sea por el jardín, cuya puertecita está casi
enfrente de la del mío...
—Pues mira; aunque me hiele, voy a tener la paciencia
de esperar en la calle del Cristo la salida, que tendrá que
ser antes de amanecer.
—No es preciso. Mañana va a comer a:casa mi prima,
y ya me ha dicho que me contará...
— ¿Estás segura?
—'Ya lo creo! Alejandra nunca ha tenido secretos
para mí.
—¿Pero tiene secretos?
—No de la clase de éste, porque Alejandra no ha teni-
do nunca amantes.
—¿Tú crees...?
—Sí, lo creo; porque si no, me lo hubiese dicho, como
me refería cuanto le ocurría con su marido, un viejó lleno
de caprichos... ¡Y cuánto la hacía sufrir.
—Lo: creo sin ser yo mujer; casada con un anciano.
Debe de ser terrible.
— ¡Ya, ya!...
-—Pero aunque contigo tuviese esas confiánzas que en
nada la comprometían...