IOS ANGELES DEL ARROYO
—¿Cuánto te han llevao, Punta?
—Mu caro: cuatro pesetas y una pcerrilla; no ha querío..
rebajar na. .
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Entretuviéronse viendo enganchar la locomotora, y al
logonero engrasar los ejes, y al maquinista pasar un paño
a los bronces y abrir los purgadores, hasta que la.campa-
na de la estación avisó alos viajeros que cl tren iba a
ponerse en marcha.
—Anda, chato—dijo cl Punta—, que nos llamen.
—¿Y ónde subimos?
—Pues ahí, en cualquier coche de esos.
Y ya Colás ponía los pics en el marchapié de un
coche de primera, cuando un mozo, que le creyó un ra-
tero que iría a robar una manta de las que señalaban los.
sitios de algunos viajeros, lo cogió por un trazo y le
dijo: .
—¿Dónde vas? ¿Qué ibas a hacer ahí?
—¡Pues a sentarme!
-—¿En uno de primera?
—Misté... Tengo mis billetes.
—¡A ver!
El Punta sacó muy ufano sus tres billetes y los ense-
% al mozo.
—Anda, anda... Si llevas tercera... Vete allí a la cola
del tren; allí están los de tercera, granuja.
El Punta, que no estaba, como se ve, muy versado:
en cuestión de clases ferroviarias, se quedó atónito y dis-
a Le
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gustado, porque había pensado tenderse cómodame:te
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