LOS ANGELES DEL ARROYO 157
varse los ojos con las aguas de la fuente, que, por sus
efectos, se creía milagrosa, daban una voluntaria li-
mosna a la iglesia para el sostenimiento del culto, por-
que el señor cura cstaba sostenido por todos los feli-
greses.
Las puertas de aquellas t:einta casas, abiertas en el
verano, ofrecían en el in'erior el mismo aspecto.
Un gran patio, donde algunas mujeres y hombres se
ocupaban en la elaboración de cestos finos y bastos.
El comercio que de ellos se hacía bastaba para pro-
porcionar a lodos un relativo bienestar.
De todas aquellas casas sólo se exceptuaban cuatro.
Una, la del cura; otra, la de un carretero; otra, que
habitaba el médico y su hijo el boticario, y una Cestinada
a escuela de niños y de niñas, se entiende en locales se=
parados, pero en el mismo edif cio.
La zdmir.istración pública no tenía nada que ver con
aquel establecimiento docente.
Cuatro años antes no existía escucla alguna en La
Juncosa, y los únicos que sabían lecr y escribir y hasta
algo de filosofía y letras y otros conocimientos útiles,
eran algunos hijos de hacendados de los cortijos cercanos
y lejanos del distrito, cuyos padres podían mandarlos a
Alcalá de Henares a estudiar cl bachillerato y hasta el