LOS ANGELES DEL ARROYO 181
Vamos alevantarles de la cama y a llevárnoslos, porque
no podemos aguardar a mañana.
—Como ustedes quieran. Vengan conmigo.
. >»
El tío Cascarrabias echó delante de los guardias, siguió
por el pasillo donde estaban los cuartos de los huéspedes,
y subió la escalera que conducía ai camaranchón donde
dormían los tres muchachos.
—¡Cómo! Pues todavía tienen encendida la luz. No
estarán acostados—dijo el posadero, que vió la claridad
del velón por la puerta entreabierta.
Acabó de abrirla y se detuvo al oir los ronquidos del
Punta, y ver al otro golfo y a la niña arrebujados bajo las
limpias cubiertas de sus respectivos lechos.
—Duermen—dijo en voz baja a los guardias.
—Pues es preciso despertarles y que se vistan.
—Lo siento por la chiquita, porque es muy pequeñilla
y puede ponerse mala saliendo caliente al aire frío que
corre fuera.
—Es verdad, pero ya lo arreglaremos.
El posadero se acercó a la primera cama, donde dor-
mía el Punta, y meneó a éste diciéndole a media voz:
—;¡Eh!, buen mozo, despiértate, que aquí te buscan.
El Punta, que tenía el sueño ligero como un pájaro,
se despertó, exclamando despavorido:
—¿Qué, qué? ¿Quién me busca?
— Estos señores.
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