192 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
Evaristo sabía que su padre le sacaría de cualquiera
de ellas en que trabajase, fuera donde fuera.
Pero llegó a Alcalá aquella mala compañía que esta-
bleció su barracón en la feria,
Nadie, de algún viso en la ciudad, pareció por aquella
barraca; pero Evaristo, siempre dispuesto a tratar con có:
micos de todas clases, hizo amistad con el señor Humbert»
Tesifón y con Herminia, y les habló de sus aficiones es-
cénicas.
Tesifón le animó a emprender la carrera, y Evaristo le
expuso las dificultades que para ello le ofrecía la oposi-
ción de su padre.
—Tampoco el mío quería que yo fuese cómico, sino
herrero como él —dijo Tesifón—, y cómico soy, aunque
mis facultades, muy medianas, no me permitieron formar
parte de una buena compañía.
—¿Y qué hizo usted?
—Pues me escapé de mi casa y en tres años no me
vieron el pelo.
—Si yo pudiera...
—Podrá usted si quiere...
—No ve usted que donde sepa mi padre que estoy .....
criturado devolverá el dinero y romperá el contrato y a
mí la crisma.
—Bueno... Eso se sabe por los carteles, por los perió-
dicos; pero de nosotros nadie se ocupa, y cuando salimos
de un punto ya nadie sabe dónde vamos a dar con nues-
tros cuerpos. ó