LOS ANGELES. DEL ARROYO 13
-—¡Qué cosas tienes! ¡Mia tú qué naricilla... y qué
| a y qué!... ¡Vamos! ¡Gloria pura! ¡Y me querrá
. más!... Ya ves, más que a tóos; porque a mí, como a
ella, ; ho me quisieron ni los que me trajeron al mundo!
-—¡ Hay almas mu negras!
/ —O mu desgraciás, Punta. Yo no puedo creer que
una madre abandone a su hijo porque sí.
—Tienes razón; pero, ¡qué quiés que te diga! Si
yo fuera madre... ¡N.- te rías, contra! Si yo fuera ma-
y dre... que no echaba mi hijo a la calle, así mismamente
que se tira un gato.
Suspiraron los dos chicos.
-—Dámela... dámela que la bese——rep'tió el Punta.
Se oyó, no un beso, sino muchos; luego el llorar de
la rapaza. no muy conforme con aquel vehemente y ca-
riñoso besuqueo, y después una canción que Colás en-
tonaba para dorminla.
Y muy unidos los dos chicos, buscaron en un rincón
refugio contra el frío, formando infinitos planes para
resolver el arduo problema de la lactancia de su hija;
de la hija de aquellas dos avecillas del arroyo, cuyo lodo
aún no había salpicado aquellos dos corazones.
ESPESPESRS
ASAS A