LOS ANGELES DEL ARROYO
—¡Qué cómicos ni qué ocho cuartos! La que yo dejé
con ese señor Ruperto —dijo Colás.
— Bueno..., con el gracioso de la compañía.
—¿El gracioso?...
—¿Pues qué no sabéis que aquella gente era una com-
pañía de cómicos de la legua que hemos tenido aquí dan»
do funciones?
—¡No!... Pero... ¿dice usted que Marieta se ha ida?
—¡Es claro! ¿Con quién se había de «¿medar aquí?
—Pero... ¿dónde se ha ido?
—¿No te digo? Con los cómicos,
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Colás estaba pálido como un difunto y su voz tem-
blaba.
—Pero ¿dónde, dónde? —exclamó.
—¡Qué sé yo! Por ahí, por los pueblos.
—¿A qué pueblos han ido?
—Según les oímos decir, iban camino de Segovia; y
pensaban dar funciones en Puebla de Beleña y en Ta-
majón...
— ¿Hacia dónde está eso?
—Por el Norte, a ocho o diez leguas de aquí, la Pue-
bla, y doce Tamajón. ¿Vais a ir a buscarla?
—Pues es claro; en cuanto que amanezca el día. ¿Hace
mucho que se fueron?
—Dos días, Ya deben estar allí.
—¿Hay tren?
—¿Por dónde?... ¿A la Puebla y a Tamajón?
—SÍ,