LOS ÁNGELES DEL ARROYO 241
—Y en cambio no se sabe quién fué el que la engen-
dró... ¡Maldita sea su alma y qué entrañas tendría el tíol
—¿Pues y la madre? —añadió el posadero —. ¿Tampoco
se sabe quién es la madre?
— Algo se sabe.
—¿Quién es?
—Pos una señora mu rica, de Madrid.
—¿Y por qué. no se la lleváis a ella?
—¡Pa qué! Si cuando la tuvo la echó al torno, sabe
Dios dónde la echaría ahora...
—¡Es verdad! Esas señoronas largan los hijos y des-
pués que Dios los ampare. En cambio hay otras que se
los quitan y están toda su vida llorándolos. Aquí tenemos
una que le sucedió eso. Una bendita señora que es la
Providencia de los pobres del pueblo,
—¿Quién es esa señora tan buena?
—La que llamamos «el Sol de La Juncosa», doña Eu-
lalia de Composagrado.
—¿Y qué la sucedió a esa doña Eulalia?—preguntó el
Punta.
—Pues eso... que la robaron un hijo de dos años y la
pusieron uno muerto en su lugar,
—¿Y eso pa qué?
—Por cuestión de herencia... Yo no sé bien. esa histo-
ría, pero es una cosa así. El caso es, que la pobre señora,
desde entonces, llora a su hijo perdido.
—aY no tenía padre ese niño?
—Ya lo creo que lo tenía. Y probó que aquel niño
Muerto no era su hijo, y el que lo robó fué a presidio y
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