LOS ANGELES DEL ARROYO
—No hay más que ésta en La Juncosa— interrumpió 'el
posadero,
—Mejor, entonces en ésta...
—¿Quién, caballero?
—Unos muchachos acompañados de una niña,
—¿Colás, el Punta y Marieta?
—¡Ah! ¿Sí? ¿Están aquí? — preguntó alegremente impre-
sionado Eduardo
—No, señor; pero han estado.
«¡Cómo! ¿Va no están?
-—No, señor. Esos chicos, que vinieron aquí con la niña
Marieta hará unos doce días, se los llevó presos la Guar-
día civil...
—Sí; ya sé'.. por un supuesto robo.
—Ajajá.
—Y bien... Ya sé que los pusieron en libertad en Al-
calá.
—Sí, señor.
—Y que se vinieron aquí anteanoche,
—Verá usted, verá usted. Yo le diré lo que ha pasado.
—Diga usted,
-—Pues esos chicos venían creo de Madrid.
—Eso es; pero ¿a qué venían?
—Ellos dijeron que a buscar trabajo.
—¡En La Juncosa! ¿Trabajo de qué?
—No sé, porque ninguno de los dos tiene oficio cono-
cido. Yo para mí es que venían huyendo de alguna gata-
da que habrían hecho en Madrid.
——No, señor; de eso respondo yo.
—¡Ah!, bien... Si usted les conoce...
a