312 LOS ANGELES DEL ARROYO
-—¿Y a quién interesa lo que en el mío puede pasar?
-—AÁ un amigo...
—Hay cosas, diré a usted, a mi vez, que no puede:
confiarse más que a una madre, y... yo no la tengo.
—¡Yo tampoco!
—Somos, pues, dos desgraciados, que nos vemos co:
denados a sufrir sin que nuestros dolores tengan siguiera
el lenitivo de la expansión, de la confidencia... /
—Para mí tienen otro lenitivo los míos. Ú
—¿Cuál, Eduardo?
—La esperanza de una próxima venganza. '
—¡Una venganza! ¿De quién desea vengarse? y
—De una infame mujer. a quien entregué mi fe y mi If
corazón, que ha destrozado, como ha destrozado mi exis !
tencia. Ya me ve ve usted... No soy hombre para naca, |
—Pero... esa mujer... ¿qué ha hecho? ¡
—¿Qué ha hecho? —dije con amarga sonrisa—. Yo crei :
que dejaba en Europa una mujer leal que, como yo, sabría
esperar el término de nuestra situación expectante. Pero
no... no era posible, Creo que no hay mujer nacida que
resista cuatro años de ausencia. 'No ha tenido valor para
esperar. Y si al menos me hubiese reemplazado en su co-
razón por otro hombre en que hallase más excelsas cuali-
, dades que en mí, y cuya posición la hubiese desvanecido...
pero no... Su conducta, según me informan, es de las más
livianas, y no es el amor, no es siquiera la ambición, los
móviles de su conducta. Coqueta y loca, ha empezado a
dar que decir a las gentes, y háblase ya de escandalosas
citas que la deshonran y me deshonrarn a mí, que todo el
mundo sabe era su prometido...