LOS ANGELES DEL ARROYO 5)
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—Porque siento que estoy herida de muerte.
—¡Túl ¡Oh! ¡calla, por piedad! ¿Qué sientes? ¿Qué pa-
decimiento es el tuyo?
—Mira Eduardo... Yo conozco ese padecimiento; he
tenido ese ejemplo durante algunos meses delante de mi,
La pobre Mary, mi institittriz, lo padeció y de él murió al
Cabo,
—¿Pero qué nombre tiene esa enfermedad imaginaria,
ora?
—No, no es imaginaria, Eduardo. Es una puñalada en
el corazón, que a veces se cierra en falso y se abre al me-
nor disgusto sufrido. Yo caí herida el día que supe que
amabas a una mujer. Yo procuré restañar la sangre que de
la herida brotaba, y durante dos años logré cerrarla para
Que no se me escapase por ella la vida; pero tus sufri-
mientos, que hacía míos, tu marcha, tu ausencia, tu silen-
cio desde cerca de dos meses, el mismo afán tuyo de
Venganza, que implicaba que amabas a esa mujer, renova-
ron la herida, abriéndola de nuevo; y esas heridas, Eduar-
do, cuando se abren... no las cierra nada más que la
Muerte,
—¡Calla, calla! ¡Qué has de morir tú viviendo yo!... ¡A
ver! ¿Qué médico ha visto a Nora? —pregunté a las cama-
"Cras,
—¡Ah, señó! Si no ha querido amita que se llame a nin-
guno,
—1Cómo! ¿No la ha visto ningún médico?... En seguida
que enganchen el carruaje y Thom que venga conmigo,
—e¿Pero' dónde vas, póbre amigo? — exclamó Nora—,
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