22 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—Pues en el patio.
—¡Ya!
—Allí hay un cuartucho donde cabemos el Punta, ésta
y yo.
—¡El Punta! ¿Quién es el Punta?
—Un amigote mío y de la mesma distinguida clase de
colilleros.
—¿Vivís allí los tres?
—Pa servirle.
—Bueno; pues mira, mañana a las doce, os espero a ti
y a la niña en mi casa.
—¿Y dónde es eso?
—En la calle de Hortaleza, núm..., en el entresuelo.
Pregunta por don Eduardo. El portero tendrá ya la orden
de haceros subir a mi casa.
—Está bien, pero...
— ¡Qué!
—¿Puede usted decirnos para qué nos quiere?
— Allí te lo diré.
—Y... diga usted, ¿esta niña, es por csaualidá, hija de
esa señora marquesa que en poquito si la da un patatús
cuando Marieta la pidió la limosna en nombre de Aurora?
—Sí, esa es su hija.
—Entonces no es de la otra...
—Si es de la marquesa no puede ser de la otra.
—Gúieno, a mí no me va en eso un comino; pero...
mire usted, que sin yo tener ná que ver con esa señora
marquesa, la chiquilla es mía y ná más que 1nía.
—Bien, bien, hombre... es tuya, ¿y qué?
—Que yo no la suelto ni a cien tirones.