320 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
Pero como la situación nuestra era tan, anormal y tan
delicada la de Nora, huérfana y entregada a si misma, sin
nadíe que velase por ella, no quería que el doctor atribu-
yese a cuestión de amores su dolencia, y le hablé de pa-
decimientos nerviosos, de carácter histérico, de debilidad
anémica, de todas esas afecciones que ahora, están de
moda en las mujeres, lo, mismo casadas que solteras.
—Sin embargo—observó el doctor Vanderliks—, yo
. he reconocido a Nora, cuando. visitaba. a su padre, y he
encontrado en ella una naturaleza robusta, un tempera-
mento más bien sanguíneo que linfático o nervioso; había
mucha exuberancia de vida en esa niña, y es raro que
haya variado de tal modo su constitución, su tempera-
ha sufrido grandes contrariedades... disgustos íntimos...
de esos que rara vez confiesan las mujeres a los hombres
y ocultan hasta al mismo médido?
—No comprendo a usted, doctor.
- —En una palabra, señor Santolalla: ¿sabe usted si Nora
ha sufrido contrariedades amorosas de esas que hieren
profundamente el corazón de las mujeres, especialmente
de las jóvenes núbiles?
—No sé nada, doctor.
Calló éste, y callados llegamos a «La Niquicia».
—Déjenos usted solos —me dijo Vanderliks antes, de en-
trar en las habitaciones de Nora—y aleje a.las doncellas
¿hasta que yo consulte a solas con la enferma.
Yo no hice más que acompañar al doctor,hasta Nora
a quien dije:
mento, todas sus condiciones patológicas. ¿Sabe usted si