LOS ANGELES DEL ARROYO
Echó la cabeza atrás y expiró entre mis brazos.
Lancé un grito de horror y salí des; pavorido, llamando
a las doncellas, al mayordomo, a todo el mundo.
A mis voces acudieron todos medio vestidos.
—La señora ha muerto —les dije.
Un gemido general contestó al fatídico anuncio.
Precipitáronse en la alcoba y cayeron de rodillas en
torno de aquel lecho de amor convertido en lecho de
muerte,
Eduardo ocu tó el rostro entre las manos al record
aquella escena, y entre sus dedos se deslizaron qa
Morimas.
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