LOS ANGELES DEL ARROYO 3/1
su padre, había seguido sus mismas máximas y procedi-
mientos.
Gran tirador de florete y de pistola, el conde del Salto
había sido maestro de esgrima y de tiro de Estanislao. A
pesar de sus sesenta y ocho años conservaba todo el vigor
de sus músculos de acero, y cuando tiraba sobre un cinco
de oros sólo marraba el del centro, porque, como él decía,
«en el tiro y en amores ya no hacía diana».
Pero le andaba muy cerca.
En su magnífica posesión tenía una sala de armas y
un tiro al blanco, y no encontraba mejor medio de calen-
«arse en el invierno, que el vestir el peto y la careta y ti-
rar con Estanislao una hora seguida en asaltos al sab!e y
la espada francesa, que manejaba como el más consuma-
do espadachín.
Padre e hijo apostaban tantos besos como botonazos
recibieran uno de otro, y casi siempre Estanislao tenía
que perder, lo cual él llamaba «el pierde gana», porque
sus pérdidas le proporcionaban el placer de besar mucho
á su padre, a quien quería con delirio.
Cuando Estanislao regresó de su paseo matinal, cuyo
Objeto desconocía su padre, dijo a éste:
—Dime, papá: ¿recuerdas tú aquella estocada famosa
con que atravesaste la lengua al marqués de Belmonte
porque se permitió hablar mal del tocado de mi madre,
ridiculizándolo en el baile de Palacio, cuando se casó la
infanta?