372 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—¿Que si me acuerdo? Como si tuviera que dar otra
1 quien dijese que no eres tú el mejor mozo y más ele-
gante y sabio de toda Castilla la Nueva.
— ¡Bah! No bromees, querido padre, porque la cosa es
seria.
— ¿Seria? ¡Qué! ¿Necesitas tú ersartar la lengua de al-
gún charlatán palurdo de La Juncosa? —preguntó el con-
de riendo.
—Si no de La Juncosa, ni palurdo, a alguien que nece-
sita que le marque en las mejillas.
—¡Pero, chico! ¡Aquí! ¿Con quién puedes tener un lan-
ce de ese género? Porque supongo que no será con don
Rufino, el médico, ni su hijo Policarpo, el boticario,
únicos personajes que gastan camisa limpia en La Jun-
cosa.
—No, papá; es un caballero de Madrid a quien necesi-
to firmar en la cara el recibo de una deuda devuelta.
— ¡Calla! No me has dicho nada de eso...
—Anoche estabas acostado y durmiendo ya cuando
tuve conocimiento de la presencia de ese señor en el
pueblo.
—¿Pero quién es él?
—Ya te he dicho, querido padre, que amaba a Aurora
Moncada, esa hermosa virgen que es mi compañera en el
colegio de doña Eulalia.
—Sí. Ya sé que esa joven ha logrado quitarte de la ca-
beza el recuerdo de...
—Sí... bien... no la nombres...
—No la nombraré... ¿Y bien?
—Ayer me declaré a ella contando con que era