LOS ANGELES DEL ARROYO 387
—A todos, no; a Ruperto. Pero como donde vaya la
compañía irá Ruperto, digo yo...
—Es claro,
—Pues por eso preguntábamos por la compañía.
—¿Sois algo de Ruperto?
—No, señor, pero él se quedó con una niña nuestra
mientras íbamos a un asunto de ,importancia a Alcalá de
Henares, y cuando hemos vuelto a La Juncosa, ¡la del
humo!... Allí creen que han venido aquí, y aquí no saben
- dónde han ido. ¡Está bien, hombre, está bien! ¡Maldita
sea la...! Yo no sé por qué no nos !levaríamos la chiquilla
Con nosotros a Alcalá, aunque hubiese sido montada en
el cogote,
—¿Es vuestra hermana?
—Es la hija de ése... —dijo el Punta.
—¿De quién? ¿De ese gurapato?
—Sí, señor, mi hija; ya lo sabe usted, mi hija.
—Chico, pues tomaríais el biberón juntos,
—Yo, yo se lo he dado cuando no le daba el pecho la
Manuela.
—Pero, ¿tu hija?...
—Como si lo fuera, hombre, como si lo fuera. ¿Ha co-
Nocido ella más padre, ni más madre, ni más nadie que
yO, y éste, y cuatro golfos más que la bautizamos en la
Parroquia de San Millán de Madrid?
El empresario, aunque muy bruto, como se dan mu-
chos casos de empresarios, era buen hombre en el fondo,
Y pareció conmoverle aquella paternidad infantil.
—Pues, hijo... busca a tu chiquilla por el almanaque,
Porque lo que es en La Puebla de Beleña no hay quien te
Pueda dar razón de ella,