LOS ANGELES DEL ARROYO 395
una espuerta u dos y una azada, pa vender arena de San
Isidro por las calles; ni más ni menos.
—Giieno; pero ¿qué haríamos con esos dineros?
—Pos lo primero sería jatearnos como personas decen-
tes y tirar esos guiñapos al Manzanares. Indespués meter-
nos de criaos en cualquier casa de lujo.
—¡Cómo de criaos! ¿Serías tú lacayo o ayuda de cáma-
ra, Colás?
—¿Y por qué no? ¿Yo quién soy pa soñar con otra
Cosa por ahora? Serviría, y aluego por la noche, ¿estás tiú?,
pos me iría a una de esas escuelas de grandullones que
hay en Madrid, que llaman escuelas nocturnas de adúlte-
FOS, y me metería allí pa que me metiesen en los sesos
toas esas cosas que no sé y que allí dicen aprende uno.
—Giieno, ¿y aluego?
—Pos aluego... me meteria en un comercio de hortera,
y así, así, andando el tiempo, haría algunos cuartos y pon-
dría yo una tienda en la calle de Postas, y vamos, ¿quién
Sabe?, si tenía suerte...
—Pos mira; yo no le sirvo a ningún amo, porque yo no
he nacío pa criao, sino pa tenerlos,
—¡Hombre! ¡Qué fantasioso eres! ¡Tú criaos! Pa eso es
Preciso tener muchos parnes, Punta, y no sé de ónde los
ibas a sacar,
—¿Pero no te he dicho que yo he de ser rico?
—¡Pos como no te llueva del cielo!..! —exclamó riendo
Colá
—¿Y si me tocara el gordo de Navidad?
--Sin poner...
—Poniendo.