LOS ANGELES DEL ARROYO 449
Me la sociedad, le habían dado una envidiable reputación
de gran dama.
El Punta no se había encontrado jamás en presencia
de una señora distinguida y hermosa, como aún lo era
doña Eulalia,
Así el pobre chico, experimentó una sensación extra-
ña, un encogimiento inusitado en él, que era el descaro
Mismo, acostumbrado como estaba a tratar golfas, sir-
Vientas y verduleras y baratilleras de plazuela.
Tuvo como una especie de desvanecimiento, al par
Que sintió una atracción inexplicable hacia aquella señora
Tubia, entre cuyos cabellos las penas habían sembrado al-
- SUinos hilos blancos, como en un campo de mieses brotan
A Cizaña y la venenosa cicuta.
Cuando doña Eulalia levantó la vista hacia el Punta,
Éste parpadeó nerviosamente y se dijo:
—Yo he visto esos ojos azules en alguna parte...
Porque, como el muchacho, también doña Eulalia vió
algO extraño en los ojos del Punta, que la hizo formular .
Mentalmente casi la misma pregunta.
Los dos.se habían visto en <alguna parte».
¿Dónde?
No hubieran podido decirlo,
Si hay algo que fije el recuerdo de una persona, son
los ojos,
EY ¿dónde podrían recordar dos seres tan distintos, tan
Ejados uno de otro, haber visto los ojos que tenían de-
Nte?
Seguramente que en aquel momento hubiérales sido
Posible explicarlo.
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