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AAA LOS ÁNGELES DEL ARROYO
hubieses aprendido bien, llevarías mis cuentas, serías mí
secretario, y más tarde mi administrador.
—Eso sí que sería bueno; pero con eso no se gana
todo lo que yo quiero ganar.
—Tienes ambición...
—Sí, señora; me se ha metío en la cabeza ser rico, y sh
no lo soy, cuando sea hombre, me tiro por, el Viaducto
de la calle de Segovia.
—i¡Jesús, que idea tan horrible!
—Y que no hay más: o rico, o al hoyo.
—Pero con una posición más decente que la que pue-
des tener siguiendo «roando», como tú dices...
—¿Y qué quiere usted, señora? Ca uno es como Dios
le ha hecho, y yo soy así. Desde chicuelo pienso igual, y
conforme voy creciendo, pienso más en ello,
—No es malo que tengas deseos de ser rico; pero si no
pones los medios para ello... si no sabes algo, no podrás
ser nunca nada tampoco.
Quedóse el Punta pensativo un momento, y luego,
haciendo un movimiento de caheza, como el héroe dis-
puesto a entrar en combate, exclamó:
— ¡Quién dijo miedo! Sea como sea, yo seré rico.
—Ya sabes que si no tienes dónde colocarte para huir.
de la miseria en que has vivido hasta ahora, si no tienes
nadie que te proteja, yo vivo aquí. Tu desgracia es serne-
jante a la del hijo que perdí, y yo quisiera hacerte hombre..
ya que viviste abandonado los primeros años de tu vida.