LOS ANGELES DEL ARROYO 505
Levantáronse de sus guardacantones y tomaron por
la Cuesta de San Vicente, hacia la plaza de Oriente, por
la calle de Bailén.
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Parecíales que faltaban de Madrid años hacía, y des-
pués de haber andado la ceca y la meca en poblachones
4 tomo los que habían visitado, todo les llamaba la aten-
| ción, desde las casas hasta la gente.
Ellos, que siempre se habían deslizado como sabandi.
-fas por entre la multitud, en las calles de la corte, trope-
taban con todo el mundo, como palurdos Acostumiora-
dos a las anchuras y soledad de sus villorrios.
Al pasar por la Puerta del Sil, quedíronse emboba-
dos viendo cruzar los carruajes de un lado a otro.
De pronto e! Pu t1 lanzó.una exclamación,
—¡Rediez!... ¡... es él...
¿01 én?
—Don Estanislao.
—¿Quién? ¿Dónde?
—Ese que se ha apeado de ese coche : ha entrado «en
el Hotel de la Paix. Tú no le conoces; pero vaya, que ju-
Tarí: que es él.
—¿Al que lev ste la carta de don Ed:ardo?
—Sí... el que me quiso regalar el reto.
—¿Y a cué ven rá a Madrid
—¡Mia qué!... A negociar... Calla, si en el voche...
—¿Qué ....
—+Está el señor Ambrosio...
—¿El guarda?