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LOS ANGELES DEL ARROYO
—3Í, pero sin bandolera.
—¿Vamos a hablarle?
—Ya ló creo... Vente. 0
Y los dos muchachos atravesaron por entre los tran- |
seuntes que, tan embobados como ellos, ocupaban la an-
cha acera, en ese feliz «farniente» en que viven miles de
paseantes en la corte de Es vaña, y se aproximaron al c2
rruaje.
—Señor Ambrosio —dijo el Punta asomando la cabeza
por la portezuela—. Ya estamos toos. aquí.
—¡Calla, chiquillo! ¿Eres tú?
—Yo y Colás,
—¡Ah, el otro! |
—¿Y la señora? ¿Está giiena?
—Está de viaje.
—¿De viaje?
—Sí... ha ido creo a Castellón de la Plana con la seño-
rita Aurora.
—¿A Castellón? Allí tengo yo la que me sirvió de ma-
dre, la Manuela, que es mujer de un sargento de carabi-
neros. Pero usted ¿qué ha venido a hacer en Madrid?
¿Viene usted con don Estanislao?
—Sí, hijo... un mal negocio, un mal negocio...
—¿Y qué es ello? 0
—¿No te dije yo que no dijesee nada a la señora de que
habían llevado a La Juncosa una carta para él?
—Sí,
—Pues por algo era.