Full text: Tomo primero (001)

LOS ÁNGELES DEL ARROYO 
—Pos dejarlo pa otro día el ver a don Eduardo. 
— Que no digáis a nadie nada de lo que os he d:cho— 
les advirtió el guarda. 
—¡Qué habemos de decir! ¿Y a quién? 
—Bueno, eso 0S encargo. 
—¿Pero usted pa qué ha venío con don Estanislao? 
— Hombre, no era cosa de dejarle venir solo a Madrid. 
Yo he venido como criado suyo; por'si le hacía falta, y 
vaya si le he hecho. 
—¿Y le espera usted? 
—Me ha dicho que no me vaya y le espere en el ca- 
rruaje, y aquí estoy. 
—Pos vámonos, Colás, antes de que baje y mos vea 
aquí con el señor Ambrosio. 
—SÍ, sí... irse y que no nos vea juntos. 
—Gúieno, pos con Dios, señor Ambrosio. 
—¿Y la chiquilla? 
—No ha parecido. 
—¿Estuvísteis en Tarancón? 
—Sí; pero se la ha llevado de allí el que se quedó a su 
cuidado, y ahora tenemos que andar buscándola por Mar 
drid, por si se la ha traído aquí. 
Los muchachos se separaron del carruaje, y ya era 
tiempo, porque don Estanislao salía del hotel con un mi- 
litar y nn joven vestido de negro. 
Colás y el Punta les ceservaban desde lejos. 
Don Estanislao se despidió de los dos amigos y entró 
en el carruaje.
	        
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