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CAPITULO XLVIII
La sangre borra la saliva.
AS cinco y media de la mañana eran, es de-
cir, apenas amanecido, cuando apareció el
2 primer carruaje de punto en la parada de la
j calle de Sevilla.
Colás y el Punta, que habían dormido cay ricamente
en la posada del Peine, estaban ya frente al Café Suizo,
tomando unas copas, cuando llegó aquel carruaje.
—Mira, Punta, un coche—díjole Colás.
—SÍí... vamos a ajustarlo.
El Punta pagó las copas al soñoliento camarero, y
ambos muchachos se dirigieron a la parada.
El cochero acababa de poner la cebadera al caballo y
de echarle la manta sobre el lómo, cuando le abordarcn
os dos golfos.
—Diga—le dijo el Punta—. ¿Está desocupado?
—¿Qué se ofrecer—contestó el auriga, mirando con
desconfianza a los dos chicos,