554 LOS ANGELES DEL ARROYO
—¡Dios mío! ¡Si parece, al mirar mis ojos, que miro los
suyos! ¡Es mi mirada, es el azul de mis pupilas lo que he
visto en los ojos de aquel niño!... '
Y cuanto más se contemplaba al espejo, parecía que
su rostro tomaba apariencias varoniles; veía sus cabellos,
aún de un rubio claro, semejantes al color de los cabellos
del muchacho; la línea recta y pura de su nariz, tenía el
perfil suyo, y hasta sus labios dibujaban la natural melan-
cólica sonrisa del huérfano, que los azares de la vida de
niño abandonado, debía de haber convertido en irónica y
picaresca.
— Sería posible!.., —exclamó, cruzando sus manos bajo
su barba y contemplándose al espejo, evocando el recuer-
do del joven.
Luego recordaba lo que él le había dicho de su igno-
rado origen, y un detalle que parecía debiera haber esca-
pado a su memoria, surgió en ella con la prontitud de una
evocación misteriosa.
Recordó el nombre de la mujer que el «Punta» le ha-
bía dicho le recogió llorando en una calle solitaria, y del
hombre con quien se había casado; aquel sargento de ca-
rabineros de Castellón de la Plana.
Y recordó que el muchacho le había dicho que la Ma-
nuela conservaba 'los vestiditos lujosos con que le había
hallado perdido, y que él no recordaba, pero que había
visto una vez en manos de ella.