LOS ANGELES DEL. ARROYO E
cc,
—¿Yo? ¿Y pa qué, señora? ¿Qué sabía yo si sus padres
le habían dejado aposta pa desenredarse de él porque les
estorbaría pa algo?... Porque no tuviera pa darle de comer
NO sería, porque mire usté que el vestío que llevaba de pi-
Qué de sea, y las nagúillas bordás, y los calzoncillos mu
finos, y los zapatitos, y vamos... que hay que decir todo,
todo era giieno, mu gúeno. Va usted a ver... —dijo la Ma-
Muela dirigiéndose a una cómoda que se veía dentro de la
alcoba.
—¡Valor... esperanza, amiga míal —dijo Aurora a doña
Eulalia estrechándola una mano.
E
Doñ. Eulalia tenía arrasados los ojos en lágrimas, y
Seguía con la vista a la Manuela.
Un momento después volvía ésta, llevando en las ma-
MOS una caja de cartón atada por un bramante.
Sertóse en ura silla, y poniendo la caja sobre sus ro-
dillas, dijo:
—Verá usted, señora, el primor de los primores...
. Doña Eulalia se inclinó, con la respiración anhelante,
dilatadas las pupi.as, tembloroso el labio,
—Misté; va usté a ver el trajecillo que llevaba el chi-
“Uelo, menos el sombrero, que no lo llevaba.
la Manuela desató trabajosamente un nudo hecho
de mucho tiempo.
Oña Eulalia se agitaba impaciente, pasanZo el pañue-
9 Por su frente sudorasa.
a caja quedo descubierta y la Manuela sacó de ella,
dastante arrugado y con cierto color amarillento de ropa
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