£8 LOS ANGELES DEL ARROYO
Víctor me saludó para retirarse, y yo le supliqué:
—Vuelva usted a verme; no quiero que me cure otro
sino el que ha empezado a hacerlo,
Victor titubeó, y entonces sentóse y extendió una lar-
ga recela.
Mandé con ella a un criado a la farmacia.
Mientras volvía, Mariana y otra camarera estaban pre-
sentes, y se entretuvieron dándole detalles de la caída
que él oía con la vista fija en mí, muy pálido... tan pálido
como yo.
Luego que llegó el criado, volvió a curarme con más
detenimiento. Sus manos abrasaban, y aunque hacía es-
fuerzos por contenerse, observaba yo que ¿emblaba a)
acariciar mi brazo desnudo hasta el hombro,
Una vez vendado y entablillado el brazo, ordenó que
guardara cama, pues me pulsó y vió que tenía fiebre,
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Durante cerca de un mes vino dos veces diarias a
casa... ¿A qué he de referir detalles que usted debe supo-
ner entre dos que se han amado, que seguían amándose
sin verse y que la fatalidad reunía? Además, debíale, tal
vez, ya que no la vida, la integridad de mi sér.
Menos tiempo y menos motivos hubieran sido necesa-
rios para restablecer el imperio de amor entre ambos.
La única que sospechaba lo que entre nosotros ocu-
rría era Aurora. Ella me aconsejaba con cariño frater-
nal, pero ya era tarde, Tres meses después de aquel ac-
cidente comprendí que era madre, y así se lo declaré a
Aurora, Ella se asustó tanto como yo. Hicimos mil
proyectos para evitar que mi estado llegase a conoci.
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