600 LOS ANGELES DEL ARROYO
po, enseñándome a hablar como a los niños chiquititos.
Y yo, que tengo buena memoria y mejor voluntad, pon-
go todo el cuidado posible, y así voy desasnándome un
poco hasta que aprenda eso que llaman Gramática, que
dice la señora que me la enseñarán en la escuela, para
que hable bien y escriba sin disparatones.,
—¿Y qué... de Marieta? ¿Ni una palabra?
—Ya creo que hasta la policía se ha cansado de bus"
carla por Madrid, donde empiezo a creer, como la señora
que no la trajo nunca Ruperto.
—ESo creo yo.
—¡Mira que se le ha buscado a ese camello! Pero na-
da... Yo creo que, como decía el señor Humberto, se ha
vuelto a su pueblo, desengañado de que no ha nacido
para cómico, y ha vuelto a estudiar para cura.
—Pero ¿y Marieta? ¿Qué habrá sido de ella?
—¡Cualquiera lo sabe!
—Si supiéramos de qué pueblo es Ruperto...
—Cuando no lo sabía el señor Humberto...
—¡Es verdad! ¿Quién lo va a saber?
—Pero no creas, yo no dejo de mirar por donde quie-
Ta que voy.
- —Y yo, ¿oyes?... Por todas partes me parece que la
voy a encontrar, y hay muchos tipos que se parecen a
Ruperto. Yo me acordaba de su cabeza con los pelos col-
gándoie por detrás y lo tengo aquí metío, aunque no lo ví
más que aquella noche en la posá de «La Corona», en La
Juncosa. Pos bien...
—Pues, pues, Punta...— interrumpió Colás —. Pos,
dice la marquesa que no se dice,