E
H
LOS ANGELES DEL ARROYO 645
a
—¡Ah! ¿Este es el niño que me has dicho?... —pregun-
A6 Aurora.
—Sí... éste es el que se llevó la niña Marieta aquella
noche...
—¿Me recuerdas tú?—preguntó Aurora a Colás.
—Creo recordar a usted, señorita... pero estaba aquello
Con tan poca luz...
—Pero tú lo presenciaste todo, ¿verdad?
—Sí, señora... todo, y me acuerdo como si hubiera
Sido ayer.
—¡Cuántas cosas han pasado desde entonces!
—¡Es verdad! Yo no creí volver a ver a. usted nunca,
Como no creí volver a separarme de mi niña...
—Entremos, entremos... —dijo Eulalia—y hablaremos
de todo...
—Colasillo... —dijo alegremente Enrique, llevándole
abrazado por la cintura—, quién nos había de decir hace
Matro años que había de recibirte en mi casa, cuando tú
Wvías en aquella zahurda, donde vivimos después juntos,
de la calle de las Tabernillas, y yp con la Manuela y el tío
“Tirapié»... que en paz descanse...
—¡Qué vueltas da el mundo, Dios mío! —exclamó Eu-
lalia sentándose en la sala y haciendo sentar a Colás,
—¿Y Dorotea? ¿Há sentido mucho la nueva pérdida
de su hija? —preguntó Aurora a Colás,
—Si he de decir a usted la verdad... no lo sé. Unas
Veces, al hablar de ella, llora; pero luego se distrae con
Alguna visita que llega, con alguna invitación que recibe,
y Se la pasa... Yo creo... que esas señoronas tan ricas no
Sienten mucho... —dijo ingenuamente Colás.