LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—Como a ti, ¿verdad, pobrecilla?
—SÍ, como a mí, como a mí—dijo Clara golPeándOse
pecho con las puntas de los dedos.
—¿Y cómo fué eso, oye?
—Eso fué... porque no tenía yo un cuchillo aquella
noche, que si no..
nta cuenta, mujer—dijo Enrique.
—¿Para qué? Si ya pasó.
—Pero di cómo fué. ¿Tu madre?
—Yo la llamaba mi madre; pero no lo era.
—¡Ah! ¿No?
—No. Ya tú te acuerdas de la «Pelambres», como la
llamaban todos.
—SÍ, sí... Pero yo la tuve siempre por madre tuya.
—¡Quiá! Verás.
Clara lió otro cigarrillo, cruzó una pierna sobre otra
y habló de esta manera.
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