Full text: Tomo primero (001)

702 LOS ANGELES DEL ARROYO 
como os he dicho, me quería lo que él era capaz de que- 
rer. Así, cuando la «<Pelambres» me hacía tregar el suelo 
y llevar cubos de agua y me pegaba pescozones si yo an- 
daba remolona, mi padre la reñía, y era yo a menudo 
causa de grandes peleas entre ellos, 
Al fin, cuando a fuerza de beber se le trastornó a mi' 
padre el sentido y se puso como loco de una enfermedad 
que llaman creo el «delirium tremens», tuvieron que lle- 
várselo al hospital donde murió achicharrado por la bebi- 
da, porque ya, por último, el aguardiente no le sabía a 
nada y bebía absenta pura. 
Ya sola con la «Pelambres», como no tenía yo quien 
me defendiese, me cargaba la mano por cualquier cosa y 
me hacía trabajar como una negra. 
La «Pelambres>» era lavandera en el Manzanares; pero 
cogió unos dolores reumáticos, y el médico la dijo que 
si seguía lavando se quedaría tullida sin poderlo ganar. 
Entonces se metió a vender «La Correspondencia de 
España» y «El imparcial» y a mí me puso también a lo 
mismo. Entre ella y yo vendíamos todas las noches unos 
cuantos «veinticincos», con lo que íbamos saliendo. 
Fué en aquella época cuando os conocí a ti y a Colás 
y ya sabes cómo andaba de ropa y de comida. El día 
que llovía o nevaba o hacía mucho frío, nadie compraba 
periódicos por las calles, y toda la ganancia se la llevaban 
los fosforeros de los cafés. 
Aquel día ni se comía ni se cenaba. 
/ Llegué así a los quince años. 
Era, como soy aún, delgaducha, 
era bonita y que bien cuivada
	        
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