718 LOS ANGELES DEL ARROYO
—Si... y me apuntarán todos con el dedo, diciendo:
Esa es la querida del duque de la Sonora...
—Y a ti, ¿qué? ¿De quién temes que diga eso? ¿De los
golfos y golfas con quien has tratado hasta ahora? ¿De
las señoras y caballeros que son amigos míos? Pues unos
y otros no sentirán más que envidia: los tuyos porque no
pueden ir en coche como tú, y los mios porque te has de
presentar en competencia con ellos, con sus mujeres y $us
amantes. ¡Buen cuidado te ha de dar esol
—Pero me mirarán mal—le die,
—Dime: cuando te han hecho falta cinco duros, ¿te los
ha dado alguno de tus ami os?
—No.
—Y conmigo, ¿tendrás que pedírselos a nadie? Pues
ríete tú de unos y otros, porque a nadie has de necesitar.
—De modo que usted lo que quiere es tener una mu-
ñieca bonita a quien lucir...
—No, no... Yo quiero tener una mujer que me quiera
y con quien pasar ratos agradablzs con el tiempo. Yo.
quiero que te afines y seas otra cosa que esas chubascas
estúpidas, que no son más que maniquíes de moda y con
quienes no se puede hablar de nada. Te pondré una insti-
tutriz que te enseñe música y piano, y maestros que te
* ¡lustren y te ensoñen lo que no sabes, y dentro de cuatro
o cisco años no te conocerá nadi2, porque serás una Se-
ñorita ilustrada y de buen gusto, y quién sabe... si andan-
co el tiempo... serás duquesa de la Sonora,
Ao
Abrí tamaños ojos, porque el sueño en que parecía
hallarme se engrandaba cada vez más, y ya me liguraba yO