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750 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
de enjuga:lo en la jofaina, untó con él el cuello de la niña
res:regándolo bien con la mano.
—Espera que mude esta agua para enjuagarte con una
limpia—dijo a Marieta, que, con la cabeza inclinada y la
cara y. cuello chorreando, esperó que Ruperto vacíase el
agua en el piso del tendedero. ;
Entró éste de nuevo y vertió agua limpia en la palan-
gana, con la que acabó la limpieza de la niña, a la que
después lavó las manitas y limpió las uñas con un monda-
dientes que llevaba atravesado en la cinta del sombrero.
Desató su pequeño lío de ropa y sacó un peine en-
vuelto cuidadosamente en un papel de periódico.
Acuel peine no sólo hacía papel en el tocador de Ru-
perto, sino que se convertía en instrumento músico cuan-
do lucía en los teatros aquella habilidad que no le hemos
conocido.
Con él, y un papel blanco en que lo envolvía, ejecu”
taba trozos de zarzuela del género grande y chico, qué .
unas veces divertían al público, y o:ras le habían costado
' algunos tomatazos, según el espíritu más o menos filar-. 0
mónico de los públicos ante los que lucía su habilidad.
En aquel momento hacía el oficio para que fué crear
- do, y con él alisó el rubio cabell > de la niña, después de
desatar la trencilla atada con un cintajo, y de rect ficar 4
raya bastante revuelta por la toquiliita en que llevaba en-
vuelta la cabeza durante el nocturno viaje.
— ¡Lista! —dijo Ruperto besándola en los carrillos, qué
el agua fría había encendido como dos rosas de may0—*
Ahora yo.