Full text: Tomo primero (001)

LOS ÁNGELES DEL ARROYO 
Ruperto y Marieta llegaron a la «lonja de los cómi- 
cos» sin preguntar por nadie, sin manifestar Ruperto, en 
su actitud, los anhelos que sentía su corazón. 
—Mi'a, Marieta—la dijo el cómico—siéntate en ese 
escaloncito y no te muevas de ahí hasta que yo te recoja. 
Y la sentó en el escalón del café Inglés, al lado de- 
una de las farolas de la puerta, para que no la p.sasen los 
que entraban y salían del establecimiento. 
Ruperto, con el cuello de su gabán levantado, sobre el 
que caían algunos mechones de su melena, abrochado de 
ar iba abajo hasta la barba, y las manos en los bolsillos, 
se acercó al grupo más numeroso de cómicos, 
Casi en el centro peroraba un artista, vestido de ve- 
rano, que por hacer honor a la estación llevaba levantado 
el cuel o de la americana, color de estiérco: de vaca, que 
no le llegaba al s orejas, con la abollada bimba tirada 
atrás, los ojos redondos y saltones, la cara escuálida y 
amarillenta, pero bien afeitada, con un rizo sobre la fren- 
te que se bamboleaba ca 1a vez que movía la cabeza, ya 
hunciéndola entre los hombros, como si fuese un unicor- 
nio en actitud de embestir, ya alargando el cuello. 
—Pues sí, señores; es una indirnidaz eso que ahora 
hacen en los principa.es teatros de Madriz y de*pro- 
vinza. Admiten jovenzuelos, casi con el cascarón pe- 
gado, para galanes jóvenes, nada más que porque sa- 
ben llevar el futraque y la gardenia en el ojal, y dejan 
a un tado a los que nos han salido los dientes entre 
bastidores, donde casi nos parió nuestra malre. Exem- 
plo: miquis. 
Yo trabajaba con Vico, y a lo mejor se presenta el
	        
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