758 LOS ANGELES DEL ARROYO
hijo de don Recaredo Marzupiales, don Pepito, don Pe-
pito, que parece un marica;, pero que haido a algunos
bailes de Palacio y de las Embajadas con su padre, con
más hambre que un exclaustrado y más flato que un fue-
lle de fragua, y porque sabe vestir el frac y maneja el clac
como una japonesa el abanico, ¡zás!, me lo cue a1 de ac-
tor joven y le dan los mejores papeles, mientras que yo,
que llevo veinte años de cómico haciendo el Ciutti en el
<Don Juan», y todos los papeles que me han enca gado,
no he podido conseguir que me hagan galán joven.
—Eso, compañero, es difícil —observó un cómico.
—Dif.cil, ¿por qué? Porque no he tenido recomenda-
ciones, ni le he quitado las motas al empresario, ni l2 he
limpiado los zapatos a la primera dama, ni he dicho
«diosa» a la dama joven, ni joven a la característica, ni...
—No, compañero. Porque cun dos duros de años que
tendrá usted, ya está muy duro para papeles de pollo.
—¡Ajajá! Pues mire usted, Antonio Vico bien panzón
está y bien desordenado de «gula<, y todavía hace pape-
les de gomoso.
—Pero Vico... es Vico...
—Y Fernández, que soy yo, es Fernández.
- —¡Buena te dé Dios! Hombre, ¿se va usted.a compa-
rar a don Antonio? :
-—¡Don Antonio!... ¿Cómo empezó don Antonio? Yo
le conocí en Málaga cuando empezaba y le decía su pa-
dre: «Antonio, tú serás siempre un mal cómico.»
—Y acertó, ¿no es eso?
—No digo que acertara; pero...
—No se puede comparar con usted.
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