894 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
siempre aparece a más bajo nivel que ella. La Ristori
llevó siempre intencionadamente muy malos actores co-
mo marco, en el que ella sola brillaba. Por nada en el
mundo hubiera trabajado con Rossi, aunque se hubiesen
completado y hecho delirar al público. Yo quisiera que
Carioli fuese un Rossi, porque no tengo el egoísmo aca-
parador de gloria, pero no ha podido ser... Por eso,
amigo mío, digo a usted que en ésta, como en otros com-
pañías, la de Sarah Bernhard, la Dusse y varias más
que no recuerdo, los actores son medianos, y sólo se ve a
la estrella que refulge en ese cielo de arte como estrella
vespertina, que eclipsa el fulgor de las demás que la
acompañan. Usted tal vez pasaría desapercibido, pero
no recibiría directamente las demostraciones hostiles del
público, que es posible hayan algunas veces amargado
su existencia de artista.
— Muchas, señora, muchas. Han caído sobre mí mu-
chas patatas y tomates, que para mí hubiera querido en
los últimos días de medias dietas forzosas.
Emma rió mucho con la ingenua confesión de Ru-
perto.
A este tiempo entró en el cuarto Carioli, terminado
el ensayo de «María Stuardo». |
—¡ Ah! «¡Il capitano! »—exclamó Carioli, riendo
al recordar la escena que tuvo lugar en el ensayo.
Ruperto se levantó.
—Quieto, quieto —dijo Carioli poniéndole una mano
en el hombro y obligándole a sentarse.
Después hizo una caricia a Marieta, y dijo a Emma:
—-¿Has hablado con el señor Ruperto de «eso» ?