Full text: Tomo primero (001)

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LOS ANGELES DEL ARROYO 
La platea hervía en conversaciones referentes a la 
pequeña trágica, y allí se despachaban a su gusto los 
críticos a la violeta, los «genios estúpidos» que preten- 
den imponer su soberano criterio a otros más estúpidos 
todavía, que no les vuelven la espalda, mandándoles 
con el padre Padilla. 
Pero todas las ociosas discusiones que suscitaba la 
heroína, aún desconocida, y prejuzgada, concluían en 
todos los corrillos por una frase parecida: 
—En fin; pronto lo hemos de ver. 
Y los corrillos se deshacían y se formaban, como 
los montes de arena de una landa a impulsos del vien- 
to que la mueve. 
Aquella fiebre de curiosidad se traducía en las mu” 
jeres por la movilidad nerviosa de sus abanicos y de los 
«bouguets» que llevaban a sus labios; y algunas pre” 
paraban sus nervios aspirando sus frascos de sales con: 
tapa de oro y taponcito de cristal esmerilado. 
Cuando sonaron los timbres, una corriente eléctrica 4 
atravesó por el público. 
Los hombres no se habían movido de las inmedia- 
ciones de sus butacas, por no perder un detalle desde 
el comienzo de la representación; y se precipitaron ha- 
cia ellas como si temiesen que les usurpasen el puesto 
que tan caro les costaba. 1 
Los abanicos cesaron de moverse, para que el MS" 
ras no distrajese la atención del público. 
Las galerías enmudecieron, enmudeció la platea Y 
enmudecieron los palcos, viéndose asomar, por encimá 
de los bustos descotados de las damas que ocupaban lod 4
	        
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