912 LOS ÁNGELES DEL ARROYO 
pero acompañando a María Golfini hacía papel prin- 
cipal y no desentonaba el cuadro. 
El, la dama que le acompañaba y los dos o tres ac- 
tores más, eran a modo de esos fondos ligeros con que 
“se destaca y da relieve a una hermosa acuarela bien de- 
lineada y detallada. 
Pero, en fin, Ruperto ganaba su sueldo a concien- 
cia, y había ganado mucho desde que no se proponía 
hacer reir haciendo llorar. 
Ae 
Se oye más cerca la voz de la niña, que pregunta 
«lentro por su papá. 
Y alocada como una colegiala, con el sombrero pa- 
mela en la mano, colorada y sudorosa, entra en esce- 
na corriendo. 
Una atronadora salva de aplausos la recibe. 
María se inclina ladeando su cabecita rubia y salu- 
dando al público. 
Se lo ha ganado. Ya puede continuar, 
No detallaremos las escenas que siguen a esta entra” 
da en su casa, los trabajos que pasa su padre por reves 
larla su casamiento, revelación que María, que en el 
drama lleva su mismo nombre de María Golfini, como 
en todos cuantos le han escrito expresamente, oye Col. 
aparente frialdad, como petrificada, hasta que romp£ 
en un sollozo y luego un llanto tan natural, tan con” 
movedor, que los ojos de todos los espectadores se lle- 
man de lágrimas.