LOS ANGELES DEL ARROYO 935
de Urguijo, casial final de la calle de Ferraz, donde se-
guía viviendo la marquesa.
—Pierde cuidado, Dorotea; pasaré por tu casa, y me
esperarás vestida.
—Ya lo saben ustedes—dijo la marquesa a sus ami-
gas —. Mientras venga con Aurora, pueden disponer de
mi palco como suyo.
—¡Ohl Pero usted tendrá otras amigas en el mismo
Caso que nosotras, marquesa.
—Si acaso tengo algún compromiso, mandaré a uste-
des un recado oportunamente.
—Mil gracias, amiga mía.
Aurora, doña Eulalia y Estanislao, se despidieron y
entraron en su carruaje.
—Dejaré a ustedes en su casa—dijo Dorotea a sus
Amigas—, y seguiré sola hasta mi hotel.
En aquel momento aparecieron Enrique y Nicolás.
doo
—¿Piensas decirla algo esta noche? —le preguntó En-
tique al segundo.
—No, no me atrevo todavía, Necesito una oportuni-
dad y, sobre todo, pensarlo.
—Poco tiene que pensar, chico... ¿No es su madre?
- Pues justo es que ella se la lleve.
—Es tan delicado el asunto...
—¿Pero crees que debemos dejarla ignorar que esa
viña es su hija?
—Es que... como no me ha vuelto a hablar de ella, yo
MO sé qué efecto la causará el saber de Marieta.