936 LOS ANGELES DEL ARROYO
—Mala madre sería si la rechazase.
—Pero ya ves en qué actitud se ha colocado ese bestia
de Ruperto. ¿Cómo ha de demostrarle la marquesa ni na-
die que Marieta es su hija?
—Yo creo que si ella se confiesa su madre...
—¡Bah! Diga él lo que diga, ahí se trata de explotar
esas grandes aptitudes de Marieta. Ya ves, ya ves el re-
sultado que ha obtenido en el abono. Pues si en todas las
capitales obtienen otro tanto, es para hacerse ricos en
poco tiempo.
—Es preciso que decidas, Nicolás, y que cese esa ex-
plotación.
—Sí, sí..., pero no ahora; deja a ver si se presenta una
ocasión nacida de estas mismas representaciones y que
llegue una oportunidad en que yo pueda comenzar á in-
dicar algo a la marquesa.
—¿No te da ella bastante confianza para que la hables?
—No tanta como tú crees, mi querido Enrique. La mar-
quesa no olvida que no soy de su clase, que soy casi uN
criado suyo, y procura, bien lo conozco, mantener-cierta
distancia entre los dos. Si yo hubiese terminado mis estu-
dios de Comercio y tuviese ya mi título de profesor metf-
cantil y pudiese llamarme independiente, no tendría difi-
cultad en hablarla de ese asunto,
—Pero ella bien sabe que tú no ignoras esa historia
que permanece secreta para muchos.
—Yo he procurado siempre hacerla creer que la he ol-
vidado.