962 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
pequeña trágica, con una actitud digna de la misma San-
toliani, dice a Benedetto al arrojar la cartera al canal:
—¡Si mancha las manos de mi padre, también debe de
manchar las mías!
No es únicamente aquella frase que es sublime puesta
en boca de una niña, sino la actitud de la Golfini, su mi-
cada llena de soberano desdén hacia el dinero de la afren-
ta, es un gesto de repugnancia lo que causa la admira-
ción entusiasta del público.
Aquella no es una niña de ocho años: es una mujer
en toda la plenitud de la inteligencia y del sentimiento aS-
tístico.
El efecto causado en el público no fué aterrador como
el de la muerte tan magistralmente interpretada la noche
anterior; fué el efecto que produce sobre los públicos los.
arranques sublimes de la honradez altiva.
Y aunque, es claro, no había nadie que creyera qué
una niña pudiese tener arranques semejantes, como €X
cepción, era lo sublime entre lo sublime.
Y el más recalcitrante escéptico en punto a delicadezaS
excepcionales, decía al serle preguntada su opinión:
—— «Si non e vero, c bien trovato.»
Porque aquella noche todo el que sabía algo de ita”
liano, lo lucía.
do o
?—le
con
—¿Qué te ha parecido eso, mi querida Dorotea
preguntaba Aurora mientras la marquesa enjugaba
su pañuelo sus ojos, que aún conservaban lágrimas de
emoción.