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973 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
Al recordar a su hija perdida, lloraba.
Pero si en aquel momento recibía la invitación para un
baile, un concierto, en los que pudiera lucir nuevas galas,
y recibir los homenajes tributados a su hermosura, a SU
elegancia, a su riqueza, Sus lágrimas se secaban por si
mismas y el curso de sus pensamientos variaba instantá-
mente. .
Amaba a Victor, y sin embargo, la vanidad, el deseo
de figurar, la hacía sacrificar aquel sentimiento del alma.
Sus dos naturalezas de mujer sensible y de vanidosa
mundana, luchaban en su corazón con igual energía.
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Hubo un momento en su vida en que todo lo hubiera
sacrificado al deber maternal.
Fué aquel en que Eduardo la descubrió la existencia
de su hija.
Empezó sacrificando su vanidad, desahuciando al du"
que de la Sonora; cerró sus salones para consagrarse con
entera libertad a su hija,
Pero su hija volvió a desaparecer, y tras un corto pt”
nar, apareció de nuevo la mujer frívola, consolada y lan"
zada en el torbe!lino de los placeres.
Luchó por conquistar la estimación del amante,
conseguirlo, y durante cuatro años resistió las solicitudes
de los que la asediaban con sus pretensiones, siempre CoN
la esperanza de ver reaparecer a su hija o de vencer las
resistencias del hombre amado,
Y cansada de esperar, iba a realizar sus sueños de
vanidad, cuando se ofreció a sus ojos el triste cuadro de
sin