LOS ANGELES DEL ARROYO
Los nobles intransigentes como el conde de Valle-Ro-
jo, son seres fosilizados, dignos de figurar en un museo
arqueológico.
El industrial, como todo el que depende del público Y
es discreto, oía con la sonrisa en los labios a César; qué
creyendo al camisero de su mismo parecer, siguió despó"
ticamente contra las pretensiones de las mujeres de clasé
humilde. ;
—Hoy—decía—, como están tan confundidas las cla”
ses, que lo mismo se admite en la alta sociedad a un la-
bernero enriquecido que a una cernicera que se emper*
folla como una dama, pretendiendo casarse con un título,
vemos estas anomalías, estas abominaciones... Antes S€
decía: «Cada oveja, con su pareja»; ahora las parejas $01
como si se prendiera del brazo a un guardia civil y Y”
bandido.
—Siento—dijo el camisero—haber dado a usted siN
querer esa noticia...
—No... no me importa. Sé que mi hijo es un chiquillo
que no ha de pensar por ahora en casorios, ni él sería Cá”
paz de cometer el disparate de pretender como novia 4
una muchacha de clase baja. Está en la edad de diverllf-
se, y peor para quien le crea.
—Sí, pero es una lástima que se engañe a una niña
como Virtudes. ;
— ¡Bah! Yo suelto mi gallo; que recojan sus gal'inas-
Ya sabrá esa jovencita que Ricardo es hijo del conde de
Valle-Rojo y que no puede esperar de él sino lo que $
madre del padre de su hija... ¿Para qué son ambiciosas Y
tontas?...