LOS ÁNGELES DEL ARROYO
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— ¡Ay! Casarse. ¡Sí, sí, casarse! En eso están pensando
los hombres cuando saben que una mujer ha tenido una ?
falta. | <=
—Calle usted, señora. Que conozco yo una señorita de
muy buena familia que todo el mundo sabe que tuvo dos
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chiquillos con distintos novios y se ha casado con un mi-
llonario en Inglaterra. *d
—Bien puede ser; pero eso es lo raro, lo excepcional,
—Bueno; ¿pero qué la cuesta a usted concederle que
la hable aquí mismo y que la diga a usted lo que él pien-
sa y desea,
—¡Oh! Ya puede usted figurárselo, señora Brígida.
—Yo no. ¿Cómo he de saber cuáles son las intenicios
nes y deseos de un hombre que se muestra tan enamora:
do como ese señor? y
Lo mismo puede ser para una cosa que la convengá 3
que para otra que no la convenga. 4
—A. mí no puede convenirme sino lo que no puede
— ¿Qué?
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sel.
— Casarme.
—Pero como ese señor no pretenderá eso.
—-¡Quién sabe! Por hablar nada se pierde. 8
— Sí... por hablar; pero cuando una mujer concede uná 4
entrevista como él la solicita... 8
—¿Y qué? ¿No estará usted aquí como en su casa?
—No, señora. En mi casa puedo recibir la visita de UN
caballero porque tengo a mi hija, cuya presencia inspira 3
siempre respeto.