98 LOS ANGELES DEL ARROYO
con guantes, cosa que él no acostumbraba usar, porque
no se ha hecho la piel de cabrito para manos de asno,
Dejó sobre una silla el sombrero de copa, flamante,
como comprado para aquel acto del entierro, y se aproxi-
mó a las dos mujeres.
—Gracias a Dios que se te ve—le dijo Clara.
—¿No me has visto en el entierro?
—Creí que no habías asistido a él.
—¡No faltaba más!... ¿Ti crees que soy yo algún ani-
mal como me llama tu Colás?...
—¡Mi Colás!
—5Sí, bueno... dejemos eso. Tú sabrás si es tuyo o de
quién es.
—No, no... Aclaremos eso antes de pasar adelante,
—Poco tiene que aclarar.
—Yo no lo veo claro.
—Yo, sí.
— Pues dilo.
—No se necesitan muchas palabras...
—A ver.
—Colás es tu amante. Ya ves: cuatro palabras,
—Mientes.
—¿Miento?
—Sí, mientes, y con esa suposición crees vengarte de
que he rechabado tus indignas pretensiones.
—No hay nadie que no-lo crea en el Hotel.
—Donde serás tú quien ha inspirado la calumnia,