LOS ÁNGELES [DEL ARROYO 99
—Yo, no:.. Todos los que han visto que tenías un ma-
rido tan viejo, y que apenas ha muerto, Colás ha empeza-
do a disponer como cosa suya, no han hecho más que
suponer lo que ya:suponía yo.
—¡Ah! ¿Tú suponías?...
—¡Y cómo no! Todos sabemos que eras la novia de
Colás cuando juntos rodabais por los suelos, como yo en
las cuevas y los cobertizos, y entre los golfos ya sabes a
qué se llama novia.
—-Es decir, que eres tan miserable, que has creído que
aquellas tonterías de chiquillos, de las que ya una ni se
acuerda vuando' es mujer, han tenido su epílogo a los
veinte años.
—Epílogo, no: continuación; porque sup3ngo que a la
novela de tus cándidos ámores con Colás no le habréss
puesto aún el «Fin».
—En úna palabra: ¿a qué. has venido? ¿A insultarme?
¿A calumniarme? ¿A qué? Pórque veo que a todo, menos
a sincerarte conmigo, a pedirme perdón por todas lás bar-
baridades que has dicho y hecho.
— Yo! No tengo que pedirte perdón.
—¡Ah!, ¿no?
— De qué?
—¡De qué! De esas atrocidades que me decías anoche
y a las que acabas de añadir unas cuantas más.
—Pero... Clara—observó Marieta—, es verdad que no
he conocido hasta ahora al señor..., y que no me he lle-
gádo a impreghar de'ese espíritu de compañerismo gene-
roso «que existe entre vosotros, los que en un tiempo fuis-
teis víctimas de la mala suerte. Pero yo te aseguro que