1048 LOS ANGELES DEL ARROYO
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La entrada del alegre muchacho en el hotel llenó aquel
aire vacío de sonidos, de ese ruido encantador que ema-
na de la gente joven y alegre, y que es de un efecto eléc-
trico para los viejos y los tristes,
Desde que llegó a la cancela se conoció quién llegar
ba, porque el timbre eléctrico estubo vibrando hasta qué
el portero acudió a abrir la cancela.
—Adiós, cancerbero, ¡adiós, hombre! ¡Qué viejo te va5
poniendo!
. —Todos llegarán y tú también.
—¡Dónde estarás tú cuando yo lleguel
Y Ricardo subió de cuatro en cuatro, con sus larga$
zancadas, la escalera del hotel.
—¿Dónde está esta gente? —gritó. —¿No hay quien ré-
ciba y anuncie?
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Asomó Esteban, el viejo criado del duque, la cabezá
fuera de la puerta del comedor, y d.jo:
—¡Aquí, señorito Ricardo!
—¡Ah, es Ricardo! —exclamó Elena, que quería al 0"
brino más pequeño, porque tenía el carácter de Arturo.
—Sí... «¡ego suml» —dijo Ricardo, descubriéndose Y
besando a sus abuelos.
A ti no te beso, porque ya soy un mocito con novia Y
no quiero faltar a mi señora—dijo a Elena.