1050 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—¡Vaya unos títulos, > hombre! ¿Dónde están esa con-
desa y esa duquesa?
—En la calle del Prado, núm..., sotabanco de la de-
recha, con entrada por el cielo.
—i¡Vaya, tú estás loco!
—Alguna condesa y duquesa de la buhardila —dijo e)
duque.
—¡D+ sotabancó, abuelo; no ofenda usted el hermoso
san'usrio de mi novia.
Vamos, amores de modistilla; yo también los iwve
—De modistilla, no, «buelo; mi novia, que tiene un
nombre cue ya la garantiza... .
— ¿Cómo se lama? —pregunió Elena.
—Virtudes.
—¡Oh!—exclamó el ducue—., Hay tantas Puras impu-
rus, y tentas Blanc:s morenas, y tantas Virtudes viciosas...
—E ta, ¿buelo, tierie en sí las vir.udes cardinales y teo-
loga1l.s reunidas, y además cose admirablemente y hace
pecheras para las camiserías.
—¡No dijel ¡Amores de buhardil!a! ¡Oh juventud ven:
turosal Todavía me acuerdo cuando vo vía a mi casa sin,
ganas de cenar y me preguntaba mi padre:
«¿En qué buhardilla has cenado?»
Porque también él, como yo, había cenado encebolla-
do al amor del brasero en alguna buhardilla alegre...
—Pero ahora, abuelo, son sotabancos las buhardillas,
con techos rasos y pr debajo de los tejados, y no sobré
ell.s como en tus tiempos, y cuando se cena en esos so"
tabancos suele hab: a guna tortilleja con jamón, alguná
gallina en pepitoria.