SA a RI Fa
AS
”
1058 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
--No quiero pensar siquiera que se ie pueda parecer.
—Yo tampoco; pero es cosa terrible que dos hermanos
se odien esí.
—No; Arturo no odia a tu padre, sino tu padre a Ar
turo.
—Como es mi padre tan rígido en cuestión de cos"
tumbres y las del tío no han sido muy morigeradas...
—Pero ¿y cuándo eran niños?
—Eso sí que es raro.
—Parecía como que siendo muchísimo mayor tu padre,
debía de haber profezado a su hermano pequeño un carl-
ño casi paternal, y no ha sido así.
Yo no sé qué misteriosa an:ipatia ha sentido siempre
hacia Arturo, que ha ido en aumento con la edad, hasla
convertirse en odio,
—Sin duda, como era el único varón, sintió celos del
pequeño, que después han ¡do aumentando al ver cierta
preíerencia que los ¿buelos y (ú misma habéis demos.radO
por el tío.
—Tal vez; pero esas preferencias han nacido de qué '
Arturo ha s:bido gran'earse el cariño de todos por su ca" [P
rácter abierto y cariñoso, mientras que tu padre parece
cue con el suyo no se ha captado muchas simpatías,
—En fín, es una desgracla. Ya verás cómo'no logras
traerte al tío Arturo,
—Cuando menos le oblig:ré a que abandone €s4
-buhard lía. ¿Con quién vive allí?
—Creo que con un amigo suyo, escritor, que vive eD
compañía de una muje...
—¡Ah! Entonces...